2 de abril de 2017

(Abril 2017) 

Cambio de Estación. Cambio de frecuencia. Cambio de mentalidad. Cambio.

Acabamos de recibir las energías del Equinoccio de Primavera en el hemisferio norte del planeta, y las del Otoño en el sur.

Particularmente, la Primavera es un tiempo, de renacimiento y renovación en el que la naturaleza sale de un periodo de invierno  para florecer y llenar de vida a sus criaturas.

Recuerdo que desde pequeño, ha existido la noción de ir a los diferentes centros ceremoniales, pirámides y ruinas arqueológicas, para “tomar o recibir energía”. Se dice que en famosos sitios como Teotihuacán y Chichen Itzá, se llegan a congregar cientos de miles de personas entre el 20 y el 22 de marzo de cada año.

Sin mayor certeza que la que aporta la fe de cada persona, es común ver cómo los miles de asistentes con toda devoción van a esos lugares a meditar, a ponerse en posiciones raras, a participar en ritos o simplemente a visitar para admirar la historia y la arquitectura de esos esplendorosos sitios arqueológicos.

Pero la constante que los une es precisamente, recibir la energía de la primavera, del gran señor Sol.

La ciencia no ha podido demostrar la presencia de una energía o energías en el momento del Equinoccio. Dicen los investigadores que simplemente se trata de un fenómeno social y de un asunto de creencias personales.
Sin embargo lo que sí es cierto, independientemente de la perspectiva de la ciencia, es que es un momento simbólico en el que se representa con claridad una transformación. Todo cambia con la entrada de una Estación.

Para nosotros en el hemisferio norte, la Primavera tiene un significado muy especial porque con ella también llega el calor, el momento de la siembra, renacen los pastizales, todo el paisaje se torna  verde y la gente por lo general, se pone de bueno humor.

Después del frio invierno, de los paisajes blancos y helados, la naturaleza renace en su eterno ciclo de transformación. Sí, cambia constantemente. El paisaje, el clima, el comportamiento de las plantas y los animales, de los mares. Todo cambia constantemente……excepto el humano.

Al humano no le gusta cambiar. Es más, me atrevería a decir que le aterra el hecho de simplemente pensar en ello.

Pero así como el planeta respeta la temporalidad de las cuatro estaciones del año y lo que éstas representan, nosotros bien podríamos poner atención al significado de cada una y aprender de la naturaleza.

Lo primero, que el cambio es inminente. Resistirse a él sería como nadar a contracorriente.

Segundo, cada estación tiene su propósito y la naturaleza lo entiende para sacarle provecho.

Hay un tiempo para sembrar, otro para esperar y disfrutar, uno más para cosechar y otro para reciclar.

Por ejemplo, veamos a los árboles.

En la primavera reverdecen, nacen nuevas hojas y se llenan de los colores más espectaculares. En el verano y con la llegada de la lluvia, disfrutan de todo su esplendor. En otoño comienzan a deshacerse de aquello que ya no necesitan porque cumplió su propósito. No lloran ni lamenta desprenderse de lo que alguna vez les sirvió. Saben que es parte del ciclo. Finalmente, llega el invierno y con ello no queda una sola hoja. Cae la nieve. Pareciera que han muerto.

Pero no. Son tres meses de renovación, de renacimiento. No hay luto, lo que hay es cambio. No hay tristeza, hay introspección. Por más feos que se vean sin su follaje, los árboles eliminan lo que ya no necesitan con objeto de que pueda llegar aquello que los volverá a cubrir de vida en primavera.

Y el eterno ciclo de renovación continúa.

Ojalá, estimados amigos, que la llegada de la primavera no sea un simbolismo más, ni una fecha para disfrazar a los niños para que salgan a desfilar en sus colegios.

Incluso, que no se quede la festividad en un par de días de meditación y recargarse de energía, saludando al sol.

¿Y después?

¿Qué vamos a realizar una vez que pasó el entusiasmo por llenarse de energía en las pirámides?

Bueno, que tal si nos unimos al ciclo de la naturaleza y también empezamos a “florecer”.
Primero que nada, cambiemos. Reconozcamos la necesidad de transformarnos. Vamos a eliminar lo que ya no necesitamos durante el invierno. Aprovechemos la primavera ver los frutos de nuestra renovación. Si no sucede mucho durante este periodo es porque el cambio está en su proceso de modificar lo que es necesario para luego manifestar.

Seamos pacientes, ya llegará el verano, momento en el que nuestras creaciones irán manifestándose conforme a la pureza de nuestras intenciones y en armonía con los demás, según el propósito de nuestra existencia. Será momento de concretar proyectos y mostrar todo nuestro esplendor.

Llegará el Otoño, tiempo en que reflexionaremos sobre nuestras creaciones para ver si sirvieron a nuestros elevados propósitos y recapitular las experiencias.

Invierno será un tiempo de renovación, purificación y sanación para volver a comenzar el ciclo eterno de nuestra transformación.

Y sí, las energías en cada estación favorecen el proceso de cambio en cada periodo del año. Es decir, “mente creativa + intención pura + energías apropiadas de Gaia = creación manifestada.”

No es que dejemos de hacer o actuar en determinada época, o paralizarnos durante los últimos meses del año. No.

Nuestras intenciones, acciones y creaciones son permanentes todo el tiempo. Sólo que mucho ayuda saber que Gaia -la conciencia del planeta Tierra- es nuestro aliado y nos respalda con su energía dependiendo de la Estación, para facilitarnos la consecución de lo que deseamos, o mejor dicho, necesitamos.

Lo primero que necesitamos, insisto, es aceptar los cambios. Y podemos empezar con el de mentalidad, con objeto de abrirnos y estar dispuestos a contemplar esta posibilidad.

Con cariño y respeto.
Su amigo,
Roberto Mendoza C.


*Busca. Infórmate. Cuestiona. Comprende* 
“La Verdad Es, Independientemente de lo que te Hayan Enseñado a Creer”.