Los dioses
destacados del panteón inca son Killa (la Luna, esposa de Inti), Viracocha
(dios creador, al estilo del maya Itzam Na) y sobre todo, la Pachamama, que los
actuales pobladores del Altiplano aún tienen muy presente en sus plegarias o
cuando derraman la chicha (aguardiente) en el suelo para que les sea benigna.
Los rituales
se regían por un calendario lunar. En ellos se sacrificaban llamas, se
consumían chicha y coca (aún hoy, como sabemos, se trata de alimentos vitales
para soportar el frío y el mal de altura en el Altiplano). Las Huacas eran
lugares, personas u objetos sagrados que también recibían culto ceremonial.
Los incas
dividían su cosmogonía en tres espacios: en primer lugar, el Janan Pacha (mundo
de arriba), que era el lugar donde moraban los dioses, pero no era el cielo,
sino que podía accederse a él por los sentidos. Luego estaba el Kay Pacha
(mundo de aquí), claramente identificado con la Pachamama y las Huacas. Por
último, el Uku Pacha (mundo de adentro) era la residencia donde moraban los
muertos y donde se preparaban las semillas de nueva vida.
Mención aparte
merece el famoso Templo del Sol, que tiene este nombre pese a que se ha
comprobado que no estaba dedicado exclusivamente a Inti, sino también a otros
dioses.
Conocido como
Coricancha, este templo -el principal del imperio- estaba situado en Cuzco y lo
regía un numeroso grupo de sacerdotes, entre los cuales el más poderoso era
pariente cercano del emperador. Los sacerdotes eran ayudados por las mamaconas,
bellas mujeres que ayudaban en los ritos y elaboraban la chicha, bebida sagrada
que se utilizaba en ellos. También se encargaban de confeccionar los ricos
trajes del emperador. Para darnos una idea de la magnificencia del ritual,
pensemos que el Inca único jamás se ponía dos veces el mismo vestido.
El mundo
religioso inca
El sistema de
creencias de los incas nos es conocido a través de sus tradiciones, recogidas
por los cronistas hispánicos o indígenas en los años inmediatamente siguientes
al descubrimiento y conquista de América. La religión de la casta imperial de
los incas -una mezcla de creencias animistas, fetichismo, culto a la naturaleza
y ceremonias quizá mágicas- manifiesta un complejo y refinado pensamiento
metafísico.
La religión se
basaba en el culto al Sol (Inti); a él estaban dedicados los mayores y más
ricos templos y se le dedicaban grandes ceremonias y sacrificios de llamas;
eran innumerables los sacerdotes dedicados a su culto, así como las acllas, o
"vírgenes del Sol".
Entre los incas, el tiempo se medía según las fases en el curso natural de la Luna. El año, de trescientos sesenta días, estaba dividido en doce lunas de treinta días cada una. Los cuatro hitos del recorrido del Sol, que coincidían con los festivales más importantes consagrados al dios Inti, se indicaban por medio del intihuatana, una gran roca, coronada por un cono que hacía sombra en unas muescas de la piedra. En Cuzco los solsticios se medían con pilares llamados pachacta unanchac o indicadores de tiempo. La organización mítico-religiosa determinaba la sucesión en el calendario a través de las doce lunas, correspondientes a festividades y actividades cotidianas.
Entre los incas, el tiempo se medía según las fases en el curso natural de la Luna. El año, de trescientos sesenta días, estaba dividido en doce lunas de treinta días cada una. Los cuatro hitos del recorrido del Sol, que coincidían con los festivales más importantes consagrados al dios Inti, se indicaban por medio del intihuatana, una gran roca, coronada por un cono que hacía sombra en unas muescas de la piedra. En Cuzco los solsticios se medían con pilares llamados pachacta unanchac o indicadores de tiempo. La organización mítico-religiosa determinaba la sucesión en el calendario a través de las doce lunas, correspondientes a festividades y actividades cotidianas.
Muchos lugares
naturales como cursos de agua, montes, cuevas, precipicios, se consideraban
asiento de los antepasados. De carácter sagrado, los incas creían que allí se
encontraban los encargados de transmitir los oráculos a la tribu. Los llamaban
pacariscas. Las piedras, concebidas como los huesos de la tierra, también
merecían veneración. Se les atribuía en algunos casos el carácter de
testimonios de su historia mítica; otras rocas eran representaciones
antropomorfas de los gigantes que, como castigo a su desobediencia, fueron
convertidos en piedras.
También se
daba el caso inverso, el de piedras que se habían convertido en hombres,
surgidos para prestar ayuda al Inca Pachacutic. Entre los objetos de culto
estaban las huacas, que adoptaban el valor de fetiches destinados a proteger a
los propios individuos, las cosechas y a los propios muertos en forma de
muñecas, fenómeno que recuerda una costumbre similar entre los egipcios. Las
madres eran espíritus destinados a alentar el crecimiento de las plantas: saramama
(maíz madre), cocamama (madre de la planta de coca), y también encargados de
regir a fuerzas naturales como el mar (mamacocha), temido por los pueblos del
interior y considerado benévolo por los habitantes de la costa, pues los
alimentaba con sus frutos.